De acuerdo a los evangelios, el bautismo es una ordenanza divina que Jesucristo instituyó durante su vida en la tierra. Según las escrituras, el bautismo es la primera ordenanza del Evangelio, que establece una conexión con Dios y con los demás creyentes.
Una de las instrucciones que el Señor dio a sus apóstoles fue: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19–20). En otras palabras, Jesús ordenó a sus discípulos que bautizaran a todas las personas que creyeran en él y quisieran seguir su camino.
El bautismo es una señal de arrepentimiento y de aceptación de Jesucristo como salvador del alma. Es una forma de mostrar que uno ha decidido seguir los mandamientos de Dios, abandonar el pecado y caminar en el camino de la justicia.
El bautismo simboliza la muerte del viejo hombre y el nacimiento de una nueva criatura en Cristo. Como explica la Biblia: “Así que, somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” (Romanos 6:4).
El bautismo también es una forma de unirse a la comunidad de creyentes. Como miembros de la iglesia, los creyentes encuentran apoyo y fortaleza en la oración, el compañerismo y el servicio al prójimo.
En la iglesia, los bautismos son realizados por personas debidamente autorizadas y ungidas para celebrar la ordenanza. El acto de bautizar implica sumergir a la persona en agua, simbolizando el lavado de sus pecados y su resurgimiento como criatura nueva. Como dice el libro de Hechos:
“Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.” (Hechos 8:35-38).
Es importante destacar que el bautismo no es una ordenanza mágica que garantiza la salvación eterna. Es un acto de fe, un testimonio público de la creencia en Jesucristo y de la decisión de seguir sus enseñanzas. El verdadero significado del bautismo radica en el compromiso que la persona adquiere de ser un discípulo fiel de Jesucristo y de vivir según sus enseñanzas.
Por otro lado, algunos creyentes sostienen que el bautismo debe ser administrado solo a personas adultas que han alcanzado la edad de la razón y son capaces de tomar decisiones conscientes y libres. Otros, sin embargo, argumentan que el bautismo debe ser administrado a los niños desde su nacimiento, como señal de la gracia de Dios que actúa en ellos desde temprana edad.
En este sentido, la Iglesia Católica y algunas denominaciones protestantes practican el bautismo infantil, mientras que otros grupos, como los bautistas y los pentecostales, lo consideran una ordenanza que solo puede ser realizada por adultos que han alcanzado la edad de la razón.
Independientemente de las diferencias de opinión sobre el bautismo, lo importante es mantener la esencia de esta ordenanza: la conexión con Dios, la aceptación de Jesucristo como salvador y el compromiso de seguir sus enseñanzas. Como dijo Jesús: “El que cree y es bautizado será salvo; mas el que no crea será condenado.” (Marcos 16:16).
En resumen, el bautismo es la primera ordenanza del Evangelio, según la Biblia. Es una señal de arrepentimiento y aceptación de Jesucristo, simboliza la muerte del viejo hombre y el nacimiento de una nueva criatura en Cristo y une a los creyentes como miembros de la iglesia. Además, el bautismo es un acto de fe que implica el compromiso de seguir las enseñanzas de Jesucristo durante toda la vida.